Armanda B.Ginés
la República.es
Para concitar la
repulsa mayoritaria a las medidas privatizadoras de la sanidad pública, muchos
colectivos recién llegados a las movilizaciones utilizan la coartada de que
todas las iniciativas y protestas no guardan vinculación alguna con motivos
ideológicos o similares. No es cierta esa visión restringida del asunto. Detrás
de las privatizaciones se esconde el neoliberalismo y una forma radicalmente
capitalista de entender un modelo de sociedad concreto. A nadie escapa
que a las manifestaciones que se vienen sucediendo desde hace meses han acudido
personas por causas muy diversas: la amenaza que pende sobre gran parte de los
trabajadores sanitarios en sus empleos, pacientes que han visto como las
prestaciones de sistema público se han deteriorado de manera muy notable,
ciudadanos que ven la sanidad pública y universal como un derecho fundamental
en una sociedad más justa, equitativa, igualitaria, participativa y solidaria y
emigrantes irregulares expulsados del sistema público de salud.
Por tanto, detrás de
la ofensiva de la derecha para fulminar el sistema público de salud sí hay
ideología:una sociedad para ricos y otra para pobres, división que
viene dictada por la esencia misma del capitalismo, donde unos tienen el
capital suficiente para comprar mano de obra a precio siempre rentable para sus
intereses y otros solo cuentan con su fuerza de trabajo para sobrevivir, es
decir, comer, vestirse, habitar un hogar hipotecado o en alquiler, en
definitiva, reproducir su fuerza laboral para hacer girar la rueda productiva
del régimen capitalista.
El negocio de la
salud privada se dirige a clientes que pagan sus servicios, mientras que la
sanidad pública atiende a pacientes en igualdad de condiciones, sujetos de
derechos constitucionales y humanitarios inalienables que con sus impuestos
sufragan el propio sistema que les da cobertura. La diferencia entre un
sistema y otro es sustancial: clientes privados versus seres
humanos con derechos universales imprescriptibles.
El recorte salvaje
del gobierno del PP de 7.627 millones de euros (cifra en aumento constante
mediante triquiñuelas presupuestarias) a la sanidad pública busca la ruina del
sistema por varios caminos: eliminar
la universalidad del mismo, aumentar las listas de espera y reducir el personal
y las infraestructuras disponibles. A estas ruinas provocadas por el
neoliberalismo llegarán como lobos hambrientos las aseguradoras privadas y las
empresas interesadas en hacer de la rapiña sus ingentes beneficios futuros.
Potencialmente en España cuentan con un mercado de 47 millones de personas.
La feria de
mercaderes en la sombra tiene nombres propios, entre otros, Ribera Salud, Sacyr
Vallehermoso, Adeslas, Sanitas, Asisa y Capio, empresa cuyos ingresos
provenientes de conciertos públicos ya ascienden al 75 por ciento de su cuenta
de resultados. La comunidad valenciana, Madrid, Canarias y Castilla-La
Mancha son las regiones donde el ritmo de las privatizaciones es más acusado.
En EE.UU., este
modelo privatizador a ultranza, que ya lleva décadas en vigor, obliga a 250
millones de personas a contratar seguros médicos complementarios a la
deficiente sanidad pública,dejando a los más pobres, unos 50 millones de
residentes en suelo estadounidense, sin ninguna cobertura sanitaria. Resulta
evidente que aquel que posee medios económicos puede cuidar su salud; el que
sobrevive en la indigencia o le es materialmente imposible dedicar una parte de
su salario a cuidados sanitarios se queda fuera del sistema.
La actual etapa de
privatizaciones no es más que una aceleración de su ritmo para alcanzar las
cotas máximas que tiene en mente el PP con sus políticas neoliberales.
Privatizar ya se ha hecho desde hace tiempo y mucho. Según el lobby español
IDIS del sector privado de la sanidad, este colectivo ya gestiona
mediante conciertos con la red pública casi el 90 por ciento de las
hemodiálisis, más de la mitad de las radioterapias, cerca del 30 por ciento de
los diagnósticos por imagen y el 20 por ciento de la atención hospitalaria,
porcentajes que se incrementan a diario de forma opaca a través de decisiones
políticas tomadas sin el oportuno debate parlamentario. Es evidente
que quieren más, todo si ello es posible.
Casi supone una
obviedad señalar que el sector privado busca enfermos rentables,
aquellos que maximizan sus beneficios con cuotas de enganche suficientemente
caras para no hacer uso en exceso de sus servicios. Distintos estudios
a escala internacional indican, que siguiendo esa regla de oro capitalista de
ensanchar de forma sostenida el margen de beneficio, hace que la sanidad
privada alargue los tiempos de estancia en la UCI y servicios de urgencia para
no ocupar plazas regulares no rentables en planta, mezcle a pacientes de
diferentes tratamientos en servicios comunes no especializados y de altas
hospitalarias prematuras con el propósito de dejar camas vacías para otros
clientes potenciales. Esos estudios de largo recorrido también demuestran que
en los hospitales privados los brotes infecciosos se producen más asiduamente y
que sus tasas de mortalidad son más altas que en la sanidad pública.
Son datos que se
ocultan porque los poderes fácticos que alimentan las privatizaciones son
enormemente poderosos. Ideológicamente hablando cabría resaltar la
terminología que se usa de modo habitual en los medios de comunicación para
denostar lo público y alabar lo privado sin que se note mucho el sesgo
informativo de cualquier noticia o artículo. Siempre se habla de gasto público
y de inversión privada, la intención semántica salta a la vista sin grandes
esfuerzos analíticos. Lo público es oneroso y lo privado mira al futuro es la
doble idea madre que se transmite por activa y pasiva a la sociedad en su
conjunto.
El
poderoso lobby farmacéutico
En esta guerra
ideológica a favor de lo privado, la industria farmacéutica es un grupo de
presión gigantesco y aliado estratégico de las políticas privatizadoras de la
sanidad pública.Crea tendencias desde
las bases mismas del sistema subvencionando congresos médicos y cursos de
especialización universitarios. Muchos facultativos, aun sin ser plenamente
consciente de ello, son agentes ideológicos de las multinacionales
farmacéuticas y sus mafiosos métodos para abrir mercados a toda costa. La
filosofía inquisitorial de estos grandes emporios controla incluso la forma de
ser y pensar de la OMS y OMC. Sus ramificaciones alcanzan asimismo los más
importantes medios de comunicación a nivel mundial.
La industria
farmacéutica necesita más enfermos para lograr mayores beneficios. Curar
no es su objetivo central sino aliviar los síntomas para enganchar a los
pacientes de por vida a sus remedios químicos. Muchos médicos han
denunciado estas realidades, incluso poniendo en riesgo sus carreras
profesionales, pero el silencio mediático cubre estas situaciones críticas casi
por completo. A las multinacionales farmacéuticas no les importa la salud sino
la enfermedad: la buena salud sería un mercado en declive. Además, ellos mismos
se arrogan la definición de buena salud, un imposible metafísico pues siempre
habrá síntomas inventados por el marketing farmacéutico para que todos
pensemos que algo va mal o no demasiado bien en nuestro organismo. Esa
duda inducida por la cultura del riesgo casi siempre nos llevará a una consulta
médica y de aquí a la farmacia para engancharnos a un placebo o sucedáneo
químico o especialidad de marca prácticamente inútil o irrelevante en nuestro
proceso psicológico de paciente compulsivo técnicamente enfermo.
Otro dato no menos
importante es que la omnipotente industria farmacéutica controla las patentes a
escala mundial y de modo casi exclusivo. Cualquier alternativa natural
es vetada por ella y los facultativos que la prescriben anatemizados y
expulsados de la sabiduría oficial. Lo que no luzca como marca
patentada por las multinacionales farmacéuticas no existe a efectos reales. Los
daños colaterales que provocan estas situaciones de hegemonía son incalculables
en países pobres o con epidemias endémicas: no pueden fabricar principios
activos sanadores porque están encarcelados en patentes asesinas cuyos
propietarios no las ceden por nada del mundo. Antes muertos (los pobres) que
salvar gratis a un ser humano desahuciado. Señoras y señores, esto es
capitalismo, pagar o no pagar, he ahí el dilema, o sea, morir o no morir.
La industria
farmacéutica de la medicina de la enfermedad se llena la boca diciendo que sus
investigaciones son muy costosas, por eso tienen que cubrirlas con el manto de
las patentes para sufragar los gastos y obtener un legítimo beneficio. Pero
aquí también las estadísticas desmienten sus buenos propósitos: gastan
más del doble en promocionar comercialmente sus productos que en investigación
real. En internet pueden bucearse datos de esta realidad distorsionada
por el marketing de las principales multinacionales del sector.
Un estudio exhaustivo
de los franceses Philippe Even y Bernard Debré, Guía de los
medicamentos útiles, inútiles o peligrosos, viene a corroborar la
tesis de que la industria farmacéutica persigue más el negocio que curar las
enfermedades, eso sí con la ayuda inestimable de muchos médicos desaprensivos.
Even y Debré analizaron las cualidades terapéuticas de 4.000 fármacos
comercializados en Francia, hallando que solo el 25 por ciento eran útiles para
los pacientes que las tomaban. La mitad, sin paliativos, eran inútiles, una de
cada cinco especialidades provocaban intolerancias varias y una también de cada
veinte eran potencialmente peligrosas para la salud. Estamos refiriéndonos a un
país desarrollado, en la cima de la globalidad y de la civilización occidental.¿Qué
datos alarmantes arrojaría un estudio en países del Tercer Mundo o con sanidad
privada mayoritaria?
La sanidad privada,
con el apoyo entusiasta del lobby farmacéutico, es un negocio
muy nocivo para la salud pública. O entendemos la salud como un derecho
fundamental por el simple hecho de nacer ser humano o la selva del capitalismo
solo salvará de la enfermedad a los elegidos de la clase pudiente. En
realidad, el gasto se reduciría una barbaridad porque solo suponen el uno por
ciento de la población mundial; el resto solo somos trabajadores, perfectamente
prescindibles e intercambiables por otro clon que solo busque sobrevivir e ir
tirando hasta que nuestra fuerza laboral sea incapaz de crear plusvalías para
el sistema capitalista. Vivir con dignidad o ir tirando, he ahí el ser o no ser
al que nos enfrentamos actualmente. El neoliberalismo únicamente quiere
medicina privada de elite para los ricos y asistencialismo caritativo público
para los pobres. La salud, como el agua y el aire, debería ser un bien
inalienable que no admitiera ni su enajenación ni su especulación mercantil.
Hacer frente al neoliberalismo también es luchar por la sanidad pública.