lunes, 26 de agosto de 2013

Lucha de clases y sanidad pública


Armanda B.Ginés
la República.es

Para concitar la repulsa mayoritaria a las medidas privatizadoras de la sanidad pública, muchos colectivos recién llegados a las movilizaciones utilizan la coartada de que todas las iniciativas y protestas no guardan vinculación alguna con motivos ideológicos o similares. No es cierta esa visión restringida del asunto. Detrás de las privatizaciones se esconde el neoliberalismo y una forma radicalmente capitalista de entender un modelo de sociedad concreto. A nadie escapa que a las manifestaciones que se vienen sucediendo desde hace meses han acudido personas por causas muy diversas: la amenaza que pende sobre gran parte de los trabajadores sanitarios en sus empleos, pacientes que han visto como las prestaciones de sistema público se han deteriorado de manera muy notable, ciudadanos que ven la sanidad pública y universal como un derecho fundamental en una sociedad más justa, equitativa, igualitaria, participativa y solidaria y emigrantes irregulares expulsados del sistema público de salud.
Por tanto, detrás de la ofensiva de la derecha para fulminar el sistema público de salud sí hay ideología:una sociedad para ricos y otra para pobres, división que viene dictada por la esencia misma del capitalismo, donde unos tienen el capital suficiente para comprar mano de obra a precio siempre rentable para sus intereses y otros solo cuentan con su fuerza de trabajo para sobrevivir, es decir, comer, vestirse, habitar un hogar hipotecado o en alquiler, en definitiva, reproducir su fuerza laboral para hacer girar la rueda productiva del régimen capitalista.
El negocio de la salud privada se dirige a clientes que pagan sus servicios, mientras que la sanidad pública atiende a pacientes en igualdad de condiciones, sujetos de derechos constitucionales y humanitarios inalienables que con sus impuestos sufragan el propio sistema que les da cobertura. La diferencia entre un sistema y otro es sustancial: clientes privados versus seres humanos con derechos universales imprescriptibles.
El recorte salvaje del gobierno del PP de 7.627 millones de euros (cifra en aumento constante mediante triquiñuelas presupuestarias) a la sanidad pública busca la ruina del sistema por varios caminos: eliminar la universalidad del mismo, aumentar las listas de espera y reducir el personal y las infraestructuras disponibles. A estas ruinas provocadas por el neoliberalismo llegarán como lobos hambrientos las aseguradoras privadas y las empresas interesadas en hacer de la rapiña sus ingentes beneficios futuros. Potencialmente en España cuentan con un mercado de 47 millones de personas.
La feria de mercaderes en la sombra tiene nombres propios, entre otros, Ribera Salud, Sacyr Vallehermoso, Adeslas, Sanitas, Asisa y Capio, empresa cuyos ingresos provenientes de conciertos públicos ya ascienden al 75 por ciento de su cuenta de resultados. La comunidad valenciana, Madrid, Canarias y Castilla-La Mancha son las regiones donde el ritmo de las privatizaciones es más acusado.
En EE.UU., este modelo privatizador a ultranza, que ya lleva décadas en vigor, obliga a 250 millones de personas a contratar seguros médicos complementarios a la deficiente sanidad pública,dejando a los más pobres, unos 50 millones de residentes en suelo estadounidense, sin ninguna cobertura sanitaria. Resulta evidente que aquel que posee medios económicos puede cuidar su salud; el que sobrevive en la indigencia o le es materialmente imposible dedicar una parte de su salario a cuidados sanitarios se queda fuera del sistema.
La actual etapa de privatizaciones no es más que una aceleración de su ritmo para alcanzar las cotas máximas que tiene en mente el PP con sus políticas neoliberales. Privatizar ya se ha hecho desde hace tiempo y mucho. Según el lobby español IDIS del sector privado de la sanidad, este colectivo ya gestiona mediante conciertos con la red pública casi el 90 por ciento de las hemodiálisis, más de la mitad de las radioterapias, cerca del 30 por ciento de los diagnósticos por imagen y el 20 por ciento de la atención hospitalaria, porcentajes que se incrementan a diario de forma opaca a través de decisiones políticas tomadas sin el oportuno debate parlamentario. Es evidente que quieren más, todo si ello es posible.
Casi supone una obviedad señalar que el sector privado busca enfermos rentables, aquellos que maximizan sus beneficios con cuotas de enganche suficientemente caras para no hacer uso en exceso de sus servicios. Distintos estudios a escala internacional indican, que siguiendo esa regla de oro capitalista de ensanchar de forma sostenida el margen de beneficio, hace que la sanidad privada alargue los tiempos de estancia en la UCI y servicios de urgencia para no ocupar plazas regulares no rentables en planta, mezcle a pacientes de diferentes tratamientos en servicios comunes no especializados y de altas hospitalarias prematuras con el propósito de dejar camas vacías para otros clientes potenciales. Esos estudios de largo recorrido también demuestran que en los hospitales privados los brotes infecciosos se producen más asiduamente y que sus tasas de mortalidad son más altas que en la sanidad pública.
Son datos que se ocultan porque los poderes fácticos que alimentan las privatizaciones son enormemente poderosos. Ideológicamente hablando cabría resaltar la terminología que se usa de modo habitual en los medios de comunicación para denostar lo público y alabar lo privado sin que se note mucho el sesgo informativo de cualquier noticia o artículo. Siempre se habla de gasto público y de inversión privada, la intención semántica salta a la vista sin grandes esfuerzos analíticos. Lo público es oneroso y lo privado mira al futuro es la doble idea madre que se transmite por activa y pasiva a la sociedad en su conjunto.
El poderoso lobby farmacéutico
En esta guerra ideológica a favor de lo privado, la industria farmacéutica es un grupo de presión gigantesco y aliado estratégico de las políticas privatizadoras de la sanidad pública.Crea tendencias desde las bases mismas del sistema subvencionando congresos médicos y cursos de especialización universitarios. Muchos facultativos, aun sin ser plenamente consciente de ello, son agentes ideológicos de las multinacionales farmacéuticas y sus mafiosos métodos para abrir mercados a toda costa. La filosofía inquisitorial de estos grandes emporios controla incluso la forma de ser y pensar de la OMS y OMC. Sus ramificaciones alcanzan asimismo los más importantes medios de comunicación a nivel mundial.
La industria farmacéutica necesita más enfermos para lograr mayores beneficios. Curar no es su objetivo central sino aliviar los síntomas para enganchar a los pacientes de por vida a sus remedios químicos. Muchos médicos han denunciado estas realidades, incluso poniendo en riesgo sus carreras profesionales, pero el silencio mediático cubre estas situaciones críticas casi por completo. A las multinacionales farmacéuticas no les importa la salud sino la enfermedad: la buena salud sería un mercado en declive. Además, ellos mismos se arrogan la definición de buena salud, un imposible metafísico pues siempre habrá síntomas inventados por el marketing farmacéutico para que todos pensemos que algo va mal o no demasiado bien en nuestro organismo. Esa duda inducida por la cultura del riesgo casi siempre nos llevará a una consulta médica y de aquí a la farmacia para engancharnos a un placebo o sucedáneo químico o especialidad de marca prácticamente inútil o irrelevante en nuestro proceso psicológico de paciente compulsivo técnicamente enfermo.
Otro dato no menos importante es que la omnipotente industria farmacéutica controla las patentes a escala mundial y de modo casi exclusivo. Cualquier alternativa natural es vetada por ella y los facultativos que la prescriben anatemizados y expulsados de la sabiduría oficial. Lo que no luzca como marca patentada por las multinacionales farmacéuticas no existe a efectos reales. Los daños colaterales que provocan estas situaciones de hegemonía son incalculables en países pobres o con epidemias endémicas: no pueden fabricar principios activos sanadores porque están encarcelados en patentes asesinas cuyos propietarios no las ceden por nada del mundo. Antes muertos (los pobres) que salvar gratis a un ser humano desahuciado. Señoras y señores, esto es capitalismo, pagar o no pagar, he ahí el dilema, o sea, morir o no morir.
La industria farmacéutica de la medicina de la enfermedad se llena la boca diciendo que sus investigaciones son muy costosas, por eso tienen que cubrirlas con el manto de las patentes para sufragar los gastos y obtener un legítimo beneficio. Pero aquí también las estadísticas desmienten sus buenos propósitos: gastan más del doble en promocionar comercialmente sus productos que en investigación real. En internet pueden bucearse datos de esta realidad distorsionada por el marketing de las principales multinacionales del sector.
Un estudio exhaustivo de los franceses Philippe Even y Bernard Debré, Guía de los medicamentos útiles, inútiles o peligrosos, viene a corroborar la tesis de que la industria farmacéutica persigue más el negocio que curar las enfermedades, eso sí con la ayuda inestimable de muchos médicos desaprensivos. Even y Debré analizaron las cualidades terapéuticas de 4.000 fármacos comercializados en Francia, hallando que solo el 25 por ciento eran útiles para los pacientes que las tomaban. La mitad, sin paliativos, eran inútiles, una de cada cinco especialidades provocaban intolerancias varias y una también de cada veinte eran potencialmente peligrosas para la salud. Estamos refiriéndonos a un país desarrollado, en la cima de la globalidad y de la civilización occidental.¿Qué datos alarmantes arrojaría un estudio en países del Tercer Mundo o con sanidad privada mayoritaria?
La sanidad privada, con el apoyo entusiasta del lobby farmacéutico, es un negocio muy nocivo para la salud pública. O entendemos la salud como un derecho fundamental por el simple hecho de nacer ser humano o la selva del capitalismo solo salvará de la enfermedad a los elegidos de la clase pudiente. En realidad, el gasto se reduciría una barbaridad porque solo suponen el uno por ciento de la población mundial; el resto solo somos trabajadores, perfectamente prescindibles e intercambiables por otro clon que solo busque sobrevivir e ir tirando hasta que nuestra fuerza laboral sea incapaz de crear plusvalías para el sistema capitalista. Vivir con dignidad o ir tirando, he ahí el ser o no ser al que nos enfrentamos actualmente. El neoliberalismo únicamente quiere medicina privada de elite para los ricos y asistencialismo caritativo público para los pobres. La salud, como el agua y el aire, debería ser un bien inalienable que no admitiera ni su enajenación ni su especulación mercantil. Hacer frente al neoliberalismo también es luchar por la sanidad pública.