José
María Mella
Catedrático
de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del colectivo econoNuestra
Acaba
de llegar a mis manos un libro recientemente publicado, que tiene el mismo
título que adopta este artículo, como obsequio de mi colega el profesor Santos
Ruesga, cuyos autores Carlos Tello y Jorge Ibarra son docentes de la
Universidad Nacional Autónoma de México. Debo decir que el libro, ya desde sus
primeras páginas, sorprende por la claridad de análisis y recuerda el siempre
afortunado aforismo de nuestro gran Baltasar Gracián: "lo bueno, si breve,
dos veces bueno". Breve y bueno, porque logra demostrar que el
neoliberalismo es la ideología que mejor defiende los intereses de los ricos.
Tres
son las dimensiones tratadas, de gran relevancia a día de hoy, que interesa
destacar aquí: los antecedentes de la crisis económica actual, los rasgos
básicos de la doctrina neoliberal y el crecimiento/la redistribución de la
renta.
Los
antecedentes de la llamada "gran recesión" presente hunden sus raíces
en la ruptura del contrato social (seguridad, estabilidad y equidad) vigente en
el mundo occidental desde la segunda posguerra hasta comienzos de los setenta
del pasado siglo (durante la "Edad de Oro del Capitalismo") y la
aplicación del principio de menos Estado y más Mercado/menos estructuras
colectivas y más individualismo, impuesto por los
gobiernos de Thatcher y Reagan en los ochenta.
Antecedentes
a los que hay que añadir el desmantelamiento del Estado de Bienestar y la
privatización de los servicios públicos, la precarización del empleo y el
abandono de la protección social redistributiva y, por último pero no menos
importante, la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión
Soviética como contrapeso e inicio de la pertenencia del mundo al capitalismo
neoliberal.
La
doctrina neoliberal descansa en los supuestos de la escuela económica
neoclásica, de los monetaristas y los teóricos de las expectativas racionales.
La escuela neoclásica establece que los mercados se auto-regulan de manera
eficiente y la economía tiende al equilibrio estable de pleno empleo con
flexibilidad de precios y salarios. Los monetaristas consideran el
control de la oferta de dinero como instrumento fundamental para contener la
inflación. Y los teóricos de las expectativas racionales creen que los agentes
económicos son capaces de conocer y anticiparse a las consecuencias futuras de
las decisiones actuales en economía. Los neoliberales suponen, además, que la
reducción del gasto público ("austeridad") y los impuestos sobre la
producción/la renta y los beneficios (pero aumentándolos sobre el consumo) son
condiciones para el crecimiento.
Estos
supuestos chocan con la realidad de que los mercados no son siempre eficientes
ni de pleno empleo ni flexibles, ni que la inflación no depende sólo de la
cantidad de dinero, ni que las predicciones futuras no son independientes de la
incertidumbre ni que los agentes no tienen todos la misma información
(aparte de ser incompleta e imperfecta), ni tienen en cuenta que la inversión
pública estimula a la economía ni que se reducción (así como la disminución de
impuestos a los ricos y el aumento de los mismos a la mayoría de la población)
la deprime.
Estas
ideas son las dominantes en la mayoría de los gobiernos, la academia, las
fundaciones, los centros de pensamiento ("think tanks") (patrocinados
por los lobbies económico-financieros) y los medios de comunicación;
aunque no soporten la prueba de la práctica y la evidencia empírica. Pero
predominan porque entre riqueza y poder hay una estrecha relación en virtud de
la cual aquélla sirve para influir y acceder a éste, y viceversa, el poder
sirve para buscar y acumular rentas y enriquecerse por parte de quienes lo
detentan.
En
efecto, el resultado de la aplicación de esta doctrina bajo el "régimen
neoliberal" (1973-hasta la actualidad) en comparación con la de las ideas
del keynesianismo (intervención del gobierno en la economía, mediante la
política fiscal, para impulsar la demanda de consumo e inversión) en la
"edad de oro del capitalismo" (1950-1973) es concluyente: menos
crecimiento, más desempleo, más recesiones, más convulsiones financieras, mayor
concentración de la riqueza, menor bienestar y mayor desigualdad social en la
distribución de la renta.
No
hay duda que, como figura en el encabezamiento de la referida obra, las
declaraciones del norteamericano Warren Buffet al The New York Times (26/11/2006),
una de las personas más ricas del mundo, son tan certeras como cínicas
"Desde luego que hay una guerra de clases, pero es mi clase, la clase
rica, la que la está haciendo y estamos ganando".
En
suma, es cierto que la revolución de los ricos está venciendo, pero no
convenciendo; ni las mayorías sociales ni la buena marcha de la economía lo
permitirá. "Las empresas-y los gobiernos y los ciudadanos, añadiría yo-
deben adoptar la idea de que una sociedad más justa e igualitaria es buena para
todos, porque crea estabilidad y un mercado interno más grande..."
(Krugman). Pero para esto-hoy como siempre- se necesitan nuevas ideas que se
enfrenten a las viejas, organización, liderazgo y lucha.
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